domingo, 27 de febrero de 2011

Una de tantas vueltas Bilbao Pamplona.

El plan era muy simple. Abordar un avión en Toluca, luego hacer una conexión en Houston, luego otra más en Frankfurt para llegar a Bilbao antes de las 2 de la tarde. Sonaba bien, me iba a poder ahorrar una noche de hotel, además de que en este horario tan cómodo todavía podía llegar con luz de día a Pamplona City. A pesar de que días antes habían habido nevadas intensas en Estados Unidos y en Alemania, el clima era muy benevolente hacia finales de enero. No había nieve en las pistas de aterrizaje y todas las salidas eran puntuales. La aduana del aeropuerto de Bilbao es más bien una pequeña sala donde se encuentran las bandas transportadoras de equipaje y a muy pocos metro se encuentra la salida del aeropuerto. Hay policías en las aduanas que hacen revisiones aleatorias a los viajeros, pero nada fuera de lo común. Los grandes sistemas de seguridad se quedaron en Houston y Frankfurt, en donde con cromatógrafos revisan la composición química de sustancias "sospechosas". Yo traía conmigo unos speakers viejos que tenía en mi departamento en México (son marca sony) y a los agentes de seguridad de estos aeropuertos les llamaba mucho la atención. Desde Toluca los revisaban con rayos X, con el cromatófrago y hacían preguntas de porqué no los había documentado junto con el resto del equipaje. Yo pensaba que si los hubiera puesto con el resto de mi equipaje de seguro lo hubieran abierto y hubieran hecho desmadre con mis cosas. Entonces era como darles el gusto de que los revisaran en mi presencia, que si encontraban algo malo, no tendrían que echar a andar sus costosos operativos de captura y detención; simplemente era mi forma de ver que mis pertenencias llegaran enteras. Cosa que luego de abandonar la zona de aduanas de Bilbao me daría cuenta que una de las dos maletas que llevaba estaba desquebrajada en una de sus esquinas. Esto para mí no era importante. La maleta no era nueva y aunque agrietada bien podría seguir sirviendo por otros dos o tres viajes largos. Todo este viaje era una simple rutina. Un simple seguir los pasos de otros viajeros y las indicaciones mal puestas de los diferentes aeropuertos. Mi plan era simple. ¿Para que tendría que sacar dinero de mi cuenta de banco española en Estados Unidos, México o Alemania?, las comisiones iban a ser significativas y de cualquier forma traía divisas suficientes en la cartera como para comer una hamburguesa llena de salsa texana, o para tomar un café en Alemania y pagar el shuttle del aeropuerto de Bilbao a termibus... ¿para qué gastar de más en estos detalles?, la respuesta no tardaría en conocerla. Cuando me aproximo al cajero automático para retirar, sacar, o como en la cultura de cada quien quiera decirle, me encuentro con que ¡había olvidado mi nip!, hice varios intentos sin meter la tarjeta, concentrándome en el pequeño teclado, haciendo un esfuerzo mental después de no haber dormido nada durante los vuelos y estar nuevamente en los comienzos de un intenso jetlag. Las cosas eran así. No recordaba el pin. El avión había llegado pocos minutos antes de la hora indicada, por lo que no corría con ninguna prisa, ¿pero esto? Primer intento: nada. El cajero me dice que debo intentar nuevamente con un pin correcto. Segundo intento: mismo resultado. Tercer intento: nada. ¡Qué generosos son los bancos españoles que te dejan fallar hasta cinco veces! Mi tarjeta se había quedado dentro del cajero y este me escupió solamente un comprobante con la hora de la operación y con un número de teléfono al cual marcar. De inmediato fue como si la noche cayera sobre Bilbao y la idea de llegar a Pamplona en el mismo día fuera algo poco probable. Desde luego, tengo una tarjeta de crédito de la cual hubiera podido echar mano en caso de dificultad, pero aquí son especiales con la gente que no hace reservaciones en Internet. Sin mirar  en la computadora te dicen que están llenos, así sea un domingo por la tarde, te dirán que no hay cupo y si llegaras a tener mucha suerte el precio será bastante alto. Yo no quería esto para mí. Llamé a mis amigos,a mi esposa para que depositara algún dinero en otra cuenta de la que nunca olvido el pin. Una compatriota me puso crédito en mi celular o móvil (como lo digas en tu cultura), llamé a mi mujer que para mi fortuna, se estaba despertando, pero lo más frustrante de todo era el jodido horario del banco: su hora de operación es de 8:30 hasta las 14:30 horas. ¿Adivinen a qué hora se tragó el cajero mi tarjeta?

Vamos a ver algo. En el aeropuerto no tendría porqué haber sucursales bancarias, pero más bien sí tendría. En muchos aeropuertos internacionales hay hasta donde rentar un celular o móvil. Están llenos de cosas y son lugares pensados para que el viajero gaste dinero, gaste y gaste dinero. Pero no aquí. El caso es totalmente distinto. Aquí los horarios para comer, vacacionar, dormir, cenar e irse a tomar unas cañas son sagrados. Improbable sería encontrarse con un empleado de algún establecimiento que no siga los mandamientos del pésimo servicio al cliente, de abandonar a los clientes a su suerte unos pocos minutos antes de la hora de salir y/o de comer y cualquier otra cosa de estas.

13:45, el cajero tenía retenida mi tarjeta.
14:05, el shuttle salía rumbo a termibus.
14:29, hora de llegada a termibus.

No lo podía creer. Estaba en la  terminal de autobuses muy a tiempo. Lo justo para comprar un boleto a Pamplona para antes de las 15:30 horas y yo ¡no tenía efectivo!, me daban ganas de gritar y maldecir.  ¡No aceptan plastic money en casi ninguna taquilla de boletos de autobús!

Mi esposa tardó unas tres horas en hacer el depósito a la cuenta bancaria de la que sí recordaba el pin. Salí en el último autobús rumbo a Pamplona y llegué exhausto a mi cama.

sábado, 19 de febrero de 2011

DF Pamplona City I

Me arraigué con todas mis fuerzas a mi ciudad, hice compromisos de sangre, hice compromisos de amor y de vida y luego dejé mi Ciudad haciendo la promesa de mi vida de que volvería por lo que más quiero y me lo llevaría lejos, lejos conmigo. Empaqué y en petite comité partí por la tarde a Pamplona City. Sabía lo que todo mundo sabe del lugar, que la gente corre con los toros durante unos pocos días en el verano celebrando alguna fiesta pagana ancestral o algo así. Jamás me había preguntado como eran sus calles, como era le gente de allí, vamos no debían ser muy diferentes al resto de los españoles que todos conocemos, mal hablados pero no tan mal intencionados. Se suponía que el tiempo iba a transcurrir rápidamente mientras hacía el doctorado en sistemas complejos y que volvería a mi Ciudad natal con un doctorado bajo el brazo a cumplir con todo lo que había prometido. Que volvería con mi esposa y familia y sacaríamos todos provecho de la aventura. Sintiéndome de esos exploradores o marinos de ultramar, me subí a un avión de Aeroméxico y solo en una hilera de asientos y pegado a una ventanilla hice el viaje de mi vida. Y aunque ya había visitado Europa en otras ocasiones, nunca por tanto tiempo y con tantas cosas por cumplir.